domingo, 7 de septiembre de 2008

Orozco, creador de una visión estética y moral sin equivalente en el siglo XX


Este día se cumplen 59 años del fallecimiento de uno de los artistas más importantes en la historia del país y, de manera particular, del estado de Jalisco. José Clemente Orozco (nacido en 1883 y que murió un 7 de agosto de 1949), llevó una vida signada por la adversidad, el triunfo, la pobreza, la fiebre reumática de su infancia, la carnicería y traición de la Revolución Mexicana, el apuro tras de la Crisis de 1929 en Nueva York y el ascenso del fascismo durante su único viaje a Europa en 1932, lo que le hizo forjar una visión estética y moral sin equivalente en la pintura del siglo XX.

Individualista vacilante, sensible en extremo y demasiado inútil para la autopromoción, Orozco desarrolló como respuesta una filosa opinión y un humor mordaz (especialmente si se revisa su etapa como cartonista político). Fue, antes que todo, un artista público, y sus logros más significativos son los murales que creó no solamente para mecenas particulares, sino para instituciones de importancia (y que hoy constituyen un legado incuestionable para la sociedad).
Es sólo recientemente que en nombre de este artista preeminente se fraguan celebraciones y honores (no con el éxito previsto por las instituciones que, por otra parte, tampoco han dejado ver un interés auténtico en el proceso). Por mucho tiempo se ignoró o pasó por alto su trabajo, considerado complejo y lleno de controversia, mientras que al hombre se le juzgó casi como un enigma.

Orozco nació en Zapotlán el Grande (hoy Ciudad Guzmán) en una familia que sufrió apuros financieros, y en sus inicios tuvo influencia de los movimientos obreros de la época. Tenía 27 años cuando la Revolución estalló y 34 cuando se fue a Estados Unidos por primera vez, en 1917. Su carácter se aprecia en muchos pasajes de su autobiografía, en los que transmite parte de la brutalidad de la que fue testigo en ese tiempo: “Se acostumbra la gente a la matanza, al egoísmo más despiadado, al hartazgo de los sentidos, a la animalidad pura y sin tapujos”.
Perseguido por el salvajismo de ese periodo histórico, el idealismo de Orozco se transformó en una distancia de lo político. Miraba los conceptos de ‘raza’, de ‘nacionalidad’ y los dogmas de la salvación política y religiosa como ídolos que corrompen el entendimiento e impiden la emancipación del espíritu. Pensaba que para conseguir la armonía verdadera de la expresión individual con un propósito social, debíamos librarnos de los grilletes de los credos y preconceptos que esclavizan al ser humano a los intereses autoritarios.

Subestimado como artista en su país natal, pasó un conjunto de diez años en Estados Unidos. Creó cuatro murales de importancia (en Pomona College, the New School for Social Research, Dartmouth College, y el Museum of Modern Art), junto con cientos de pinturas de caballete y obras gráficas que desafiaron los estereotipos norteamericanos y del arte mexicano.

Hoy su herencia sigue viva entre los artistas contemporáneos. Orozco creó frescos importantes en México después de volver en 1934, incluyendo el ciclo magnífico con que cubrió las paredes y domo de la nave en la capilla principal del Hospicio Cabañas de Guadalajara (en 1939). Terminó su último fresco menos de un mes antes de morir debido a una insuficiencia cardiaca, a la edad de 65 años.

Tal vez una clave para entender la obra de Orozco sea apreciar la relación entre su idealismo apasionado y su pesimismo. A través del arte, expresó en parte aquello sobre lo que insistió, una y otra vez, en muchas formas, “es nuestro trauma y debería ser nuestra rabia”.

Justo sería en esta fecha rendir un espacio para el recuerdo de un hombre para el que la pintura, según creyó siempre, “asalta la conciencia. persuade al corazón”, como complemento a lo que siempre defendió como definición de arte: “el conocimiento al servicio de la emoción”.
Nota de RICARDO SOLIS, La Jornada Jalisco

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